Qué pelotudo, debería haber ido

Sábado 6 de septiembre de 2025

El otro día ocurrió algo histórico para quienes amamos el fútbol. Y además somos argentinos. Y además vivimos en esta época:

Jugó su último partido oficial en la República Argentina el Sr. Lionel Messi.

Sí. Quienes amamos el fútbol, somos argentinos y vivimos en esta época somos privilegiados.

Si además circunscribimos el círculo y lo reducimos a quienes residimos en la Ciudad de Buenos Aires y, más aún, quienes vivimos en la zona norte de la ciudad, ya vamos quedando menos.

Si lo cerramos aún más a quienes residimos en Belgrano-Núñez, menos aún.

Y si lo hacemos aún más, a quienes tenemos nuestro lugar de trabajo a 3 cuadras del Estadio (Más) Monumental ya somos un pequeño grupo.

Un pequeño grupo de personas que tenemos nuestro lugar de trabajo a tres cuadras de la cancha de River, residimos en Belgrano, en la Ciudad de Buenos Aires, vivimos en esta época, somos argentinos y amamos el fútbol.

Tengo suerte, soy todo eso.

Por eso, el jueves pasado, el 4 de agosto de 2025, debería haber ido a la cancha. 

Debería haber ido, pero no fui.

Me dejé estar, volvía de la costa, se me pasó el momento de sacar la entrada, lo pensé pero no me organicé… tardé en preparar el bolso y se me pasó el tren.

Por eso, cuando a eso de las 21 vi el primer gol de Messi por televisión y me asombré una vez más (y ya perdí la cuenta de cuántas fueron en todos estos años) de cómo nuestro amigo del brazalete definía impensadamente levantando la pelotita ante venezolanos que intentaban evitar lo inevitable me miré a mi mismo y no pude no decirme "qué pelotudo, debería haber ido" (si, ya sé, el buen trato, el abrazarse, el tratarse bien en el error, si, si… pero "qué pelotudo, debería haber ido").

Porque el Sr. del número 10 ha marcado como una flecha una época inmejorable de nuestro fútbol. Y lo ha hecho sin haber jugado nunca oficialmente en un club de Argentina (la política y la economía histórica y cíclica que hace que tantos Messis de tantas disciplinas tengan que irse quedará para otro escrito) y asombrándonos y emocionándonos sólo por televisión o en sus visitas homeopáticas con la celeste y blanca.

Es que es tan extraordinario lo que ha hecho (en realidad, lo que sigue haciendo) Messi como jugador de fútbol argentino que las líneas de análisis de su imposible carrera son interminables. 

Sin embargo en esta mañana de sábado que recién comienza quisiera compartir dos que me impactan a nivel personal:

Por un lado lo conmovedor que es verlo jugar. Ya desde aquel chiquilín (o chaval) que en el Barcelona no podía ni hablar en los reportajes de lo tímido que era hasta este señor que, a la misma edad en la que colegas disfrutan de la jubilación, incide en el juego siempre de manera determinante. Y no sólo cuando corre (menos que antes aunque como antes) sino también con todo lo que le ha agregado a su juego que ahora incluye, entre otras cosas, también el no jugar. Porque Messi, este Messi de los últimos años, tiene largos pasajes del partido en donde no juega. Camina, deambula por la cancha, en general recostado sobre la derecha, mira y hasta parece distraído o cansado hasta que, como el Sr. Miyagui (aquel de Karate Kid) con las moscas, pasa de la inacción al movimiento como una daga y de golpe crea una situación de gol. O hace dos como el jueves pasado. Y conmueve.

A su alrededor hoy se mueven "los pibes". ¿Qué sentirán Mastantuono o Thiago Almada cuando reciben la pelota del Sr. Messi? Si a los 54 años lo miro por TV y me emociono ¿cómo hacen estos nenes para jugar con él y no llorar mientras devuelven un pase?

Finalmente, más a su alrededor, casi como una contención arropadora, un equipo que te humedece los ojos. Gente seria que se toma en serio lo que lo apasiona. Para no hablar de uno que está en el banquito al que no se lo reconoce simplemente como Lionel sólo porque Lionel es el otro.

Lo segundo que quisiera decir de nuestro amigo es algo que parece obvio. Y lo es, aunque quizá no lo es tanto: Messi es argentino.

"Sí, ya sé", me dirán.

Y, sí… pero no…

Porque nosotros, los argentinos, muchas veces nos autodefinimos sólo por nuestro talento (que lo tenemos y cuánto), nuestra amistad, nuestro desenfado, nuestra creatividad, nuestra solidaridad…

Sí, está bien. Pero Messi (y por supuesto no sólo Messi, pero Messi) es todo eso pero también es trabajar.

Trabajar

Trabajar

Trabajar

Y no pelear con nadie.

¿Quiénes son los enemigos de Messi? No los tiene. O nadie los conoce.

¿Quiénes son los enemigos de Messi?

Ay, si nuestros políticos pudieran tomar alguna clase con este señor.

Sería bueno sentarlos uno al lado del otro. Con las mochilitas al lado de la sillita. Todos mezclados, sin división partidaria y empezar con los palotes del respeto y la humildad. Desde salita de 2. Respeto, humildad y trabajo. Respeto, humildad y trabajo. Respeto, humildad y trabajo.

Y que hagan toda la escolaridad, completita. Hasta la universidad.

El del brazalete como titular de cátedra. Y el otro Lionel como Jefe de TP.

(Hace dos años y medio, justo antes de la final del mundial 22, escribí un posteo en Facebook sobre algo de esto, se lo dejo si tienen ganas - https://www.mauricioweintraub-escritos.com/messi-la-evolucion-del-lider/)

Los voy dejando por hoy. 

Con el sabor que siempre me deja ver a este señor inmenso que era un nene que no podía crecer: El sabor de la emoción, de los ojos húmedos y del calorcito en el pecho. Del orgullo de ser argentino y de tenerlo en la cancha.

Y con la reverencia que inventaron en España y que tan bien le queda.