El vidriero

Sábado 26 de abril de 2025

Subí al tren desde Barajas hasta Atocha, en Madrid.

Y mientras miraba un poco la nada esperando que el tren partiera, una música un poco como a lo lejos me sorprendió. Y me sorprendió no porque me haya gustado especialmente sino porque no era habitual. Primero pensé que se trataba de música del tren pero cuando a los 4 o 5 minutos vi que se acercaba desde el vagón contiguo comprendí que no era así.

Traía algo que parecía un carrito de supermercado pero no era. Era un parlante con dos ruedas. En la otra mano una especie de valija que pronto comprendí que era un teclado que agarraba de las manijas de la funda.

Llegó justo hasta al lado de donde yo estaba sentado, apoyó el parlante en el piso y sobre él el teclado que sacó del estuche con un solo movimiento.

Comenzó a tocar y me sorprendió el hecho de que tenía pocos recursos técnicos. El teclado sonaba casi sólo con bases ya grabadas y él tocaba su melodía sólo (o casi) con la mano derecha, a veces en octavas. Estoy casi seguro de que el tema era de él. Era simple, sencillo, podríamos decir sin pretensiones.

Alegraba ese rato de nada en el tren.

Cuando terminó su tema dijo:

"Discúlpenme si los molesté. No es para nada mi intención. Sólo que no tengo trabajo y tengo que mantener a mi familia. Realmente lamento si molesté a alguien. No soy músico, soy electricista, pero trato de aportar lo mío. Insisto, si a alguien molesté lo lamento. Y espero que a alguien le haya sacado alguna sonrisa. Si alguien puede ayudarme se lo agradezco mucho".

Era argentino.

Su tono lo delató como a mí me delata el mío.

Me conmueven estos tipos (o tipas). Que no piden, no protestan, no se quejan, no creen que merecen o no merecen, no gritan, no se notan.

Estos tipos (o tipas) que trabajan, laburan, transpiran. En la buena, en la mala, en la de todos los días.

Me conmueven. Los siento hermanos (y hermanas). Y además, el electricista era argentino.

Como siempre que puedo hago, le di algo de dinero.

Me hubiera gustado también decirle algo pero mi timidez habitual no me lo permitió.

Metió su teclado en la funda. Tomó el parlante como si fuera un carrito de supermercado. Y se fue al otro vagón.

Me sacó un sonrisa.

(Y casi se me pianta un lagrimón)