Con los ojos húmedos
Sábado 25 de octubre de 2025
Fue la tercera vez.
La primera fue (aunque quienes me conocen no lo podrán creer) en la cancha de nuestros primos innombrables. Sólo él (o en realidad él y su colega catalán), podían hacer posible que yo pisara ese suelo renunciando así, momentáneamente, a uno de mis principios básicos.
Fue allá por el 2009. Recuerdo mucho calor y lo mágico en aquella noche de noviembre o diciembre en Buenos Aires.
La segunda habrá sido 3 o 4 años después. Ya fue él sólo. En Obras, el mítico estadio de boxeo de Buenos Aires devenido en espacio inmejorable para conciertos. Y allí fue la conmemoración del mejor disco de todos en una noche que todos hubiéramos querido que se prolongara por 500 más. El nivel musical fue extraordinario. Ese disco fue extraordinario.
La última (porque, además no habrá otra) fue el otro día. En el Movistar en Madrid.
Sí. Ya no en mi casa, sino en la suya.
Y entonces fue
el caminar lento
el darme cuenta en las primeras canciones que tenía que acomodar permanentemente las melodías porque la voz no le daba
el sorprenderme porque 10 minutos después la voz ya le daba
el comprobar lo que ya sabemos hace años, que cada día canta peor ("todos los músicos que están aquí cantan mejor que yo" dijo no sin razón en un momento)
el nivel extraordinario de la banda
los momentos sublimes de Peces de Ciudad y de Y sin embargo... himnos
el peso específico de un artista descomunal. Prácticamente nunca se levantó de su taburete en todo el concierto, no hacía falta.
el despedir en vida y rindiendo homenaje a alguien que me ha acompañado en los últimos 33 años (porque además recuerdo exactamente la primera vez que lo escuché, allá por 1992 en la casa de mi primera novia, en aquella relación de menos de tres meses que me dejó dos cosas: La caída a la depresión que no sabía que tenía y que me cambió la vida y a él).
Eso fue la noche del último miércoles.
Eso y una cosa más: Los ojos húmedos durante las dos horas y media que duró el concierto.
Los ojos húmedos de él. Con esa mirada tan entre el agradecimiento, la tristeza, el miedo y la sorpresa de ser tan querido que le fue dejando la vida con el correr de los años.
Los ojos húmedos de quienes estábamos allí.
Los ojos húmedos míos, por saber que estaba allí para agradecer a quien ha estado conmigo en algunos momentos en los que no podía estar con nadie.
(Alguna vez averigüé cual era su dirección y me paré un buen rato en la puerta de su casa a ver si salía. No salió, pero no pierdo la esperanza de encontrármelo caminando por su Madrid, pararlo molesta y tímidamente, darle un abrazo y decirle simplemente gracias.)
"Pongamos que hablo de Martínez", diría el uruguayo.
Joaquín Sabina, digo yo.